En muchas ocasiones los padres tienen problemas con el comportamiento de los niños en la casa, es decir los pequeños se tornan desobedientes, rebeldes, peleadores y esto hace que los padres necesiten saber qué Normas de comportamiento y de qué manera enseñárselas a los hijos.
Puntos para saber cómo inculcar normas de comportamiento en la casa
1. Es importante determinar ciertas situaciones que pueden estar sucediendo con el niño y en razón de ello adquiere ciertos comportamientos no adecuados para sus padres y hermanos mayores. El trato con cada niño será diferente, todo en función del por qué suceden las cosas dentro del hogar.
Con lo anteriormente dicho se expresa la necesidad de que los padres tengan en cuenta que se deben acercar a sus hijos en forma objetiva, es decir, entrar a conocer de cerca el problema del niño y luego sí en función de ello comenzar a inculcar en él las normas pertinentes y con las cuales se pueda ayudarlo.
2. Los padres que están pensando en fomentar Normas de comportamiento para sus niños en la casa, deben primero ser neutrales, esto quiere decir las normas son para todos los niños, no solo para los que están adoptando el comportamiento inadecuado, de igual forma los padres también deben respetar las normas, como ejemplo a los niños.
Para dar a conocer las normas en la casa se debe reunir a toda la familia e informar las mismas. Para que así los niños no digan que no conocían dichas normas. Cuando la mayoría de las personas del hogar cumplen con las normas, se estará en condiciones de corregir a los niños que no hagan lo correcto o que incumplan dichas reglas.
3. Se debe tener claridad en las reglas y sus consecuencias; esto le hará ver al niño que se está buscando protegerlo y no cohibirlo de su libertad. A algunos padres les parece mejor el camino de la imposición, sin embargo, con el paso del tiempo los pequeños harán lo que les parezca, porque no encuentran importancia en las normas establecidas.
Las Normas de comportamiento no se deben romper, para que los niños conozcan la importancia de las mismas, se les puede mostrar a los pequeños ejemplos de los resultados que obtuvieron personas que rompieron las normas y de otros que cumplieron con las reglas establecidas por sus padres y maestros en la escuela.
4. Uno de los errores que no se puede cometer es el de negociar con ellos, a los niños se debe demostrar que se les ama, sin embargo, se debe dejar en claro que ellos siguen siendo hijos y deben someterse a las normas de la casa, las cuales se elaboran para ayudarles en su formación como personas de éxito.
Las Normas de comportamiento se pueden aplicar, sin que los niños se sientan lastimados por ellas y por el contrario sientan que sus padres son sus amigos, ayudadores y sus protectores en todas las circunstancias en las que ellos puedan estar.
Fondo
domingo, 26 de enero de 2014
sábado, 25 de enero de 2014
¿Cómo regañar a los niños y niñas?
La regañina debe servir para educar a los pequeños. Es adecuada para modificar determinadas conductas. En todo caso ha de ser constructiva, no violenta, calmada y racional.
Los niños y niñas experimentan conductas frecuentemente, están en un proceso constante y continuo de aprendizaje. Prueban determinadas acciones y comprueban las consecuencias de las mismas. Nuestra labor como educadores es enseñarles las conductas apropiadas para su bienestar personal, emocional y social. Es por ello que debemos reñirles cuando sea necesario, pero de forma calmada y comprensiva, nunca la riña debe ser violenta o dañina.
No debemos sentirnos mal por hacerlo, ya que es fundamental para su educación, necesitan saber lo que pueden y no pueden hacer. Es importante que aprendan a comportarse de manera adecuada en diversas situaciones y al mismo tiempo que reflexionen y comprendan el porqué deben actuar así.
¿Qué esperamos lograr con la regañina?
Modificar la conducta, basándonos en la comprensión y reflexión del pequeño, no usando el miedo y la imposición.
Hacer que los niños y niñas hagan caso a los adultos
Educar a los pequeños en la expresión de emociones negativas, y en la expresión de sus opiniones.
Fomentar el dialogo con nuestros niños y niñas
Mejorar la conducta de los pequeños.
Favorecer su maduración y desarrollo.
Como debe ser la regañina para que sea efectiva para educar a los pequeños
Debe ser constructiva, desde el cariño y la comprensión. Debemos entender al pequeño y actuar nosotros como adultos. Debemos servirles de guía para sus conductas, eso implica mostrarles sus conductas incorrectas, pero siempre comprendiéndoles.
El objetivo es educar al pequeño, y nunca debe ser hacer que se sienta mal o que sufra algún daño del tipo que sea emocional, psicológico, físico, etc. Por ello debemos mantener la calma y explicar al niño o niña porque esa conducta no es adecuada.
Coherente, no violenta y no excesiva. No podemos reñir una conducta en determinados momentos y en otros no. Siempre tenemos que ser coherentes con lo que les decimos. Nunca excedernos o reñir conductas que no merecen regañinas.
Regañamos sí, pero con racionalidad y con un objetivo claro.
10 TRUCOS PARA REGAÑAR DE FORMA EFECTIVA Y
CUIDAR EL BIENESTAR DEL PEQUEÑO.
Regaña en el momento adecuado. Justo cuando el pequeño realice la acción que queremos corregir, no podemos regañarle tiempo después pues puede que no se asocie a la conducta.
Mantén la calma y no grites. Los gritos son una forma de violencia, debemos cuidar el bienestar del niño o niña y al mismo tiempo servir de ejemplo. Es fundamental estar calmado, usar un tono suave pero firme y no mostrarnos alterados.
Cuida el bienestar emocional del pequeño: reconoce sus sentimientos, “se que lo has hecho porque estas enfadado”, “Se que esto no te gusta” etc. De esta manera el pequeño se siente comprendido y en confianza.
Expresa tus sentimientos, pero no emplees el chantaje emocional. Le puedes decir que te enfadas cuando hace determinada conducta. Le estas expresando como te sientes. Pero no hagas que se sienta mal, que sienta miedo o que se sienta culpable. Para esto evita expresiones como: “me voy a poner muy triste si…..” “no te voy a querer si…..” “no te voy a volver a llevar a ningún sitio si….”
No fomentes miedo en el niño o niña. Haz que reflexione y que comprenda lo que hace y porque no debe hacerlo. Debe entender que es mejor para él o ella. De esta forma modificara su conducta por propia iniciativa. Si por el contrario la evita por miedo a la regañina no conseguimos nuestro objetivo.
Descalifica la acción, no al niño/a. Nunca critiques al pequeño, no le digas eres malo, no aprendes, etc. Por el contrario critica la acción, por ejemplo: “gritar no está bien, porque es molesto para la gente, no debemos gritar”
No compares con otros niños o niñas. Cada niño o niña es único, al compararle le etiquetamos en un modo concreto de actuar, diferente al de otros. Esto hace que el pequeño se auto perciba de esta manera y no evolucione en su conducta.
Razona con el niño para que lo entienda, nunca digas porque si, porque lo digo yo y punto. Haz que reflexione y que comprenda.
No abuses de las regañinas y no las emplees como desahogo emocional. Para ser efectivas han de producirse por una causa específica. No podemos reñir a los pequeños por todo o usarlas cuando estemos de mal humor. Si lo hacemos así perderán fuerza cuando realmente necesitemos emplearlas.
Se constante y coherente. Si regañas al niño por algo, hazlo siempre que ocurra eso. No puedes pasarlo cuando te parezca y otras veces regañarle, porque no entenderá que es lo que esperamos que haga.
Celia Rodríguez Ruiz (Psicóloga y Pedagoga)
Los niños y niñas experimentan conductas frecuentemente, están en un proceso constante y continuo de aprendizaje. Prueban determinadas acciones y comprueban las consecuencias de las mismas. Nuestra labor como educadores es enseñarles las conductas apropiadas para su bienestar personal, emocional y social. Es por ello que debemos reñirles cuando sea necesario, pero de forma calmada y comprensiva, nunca la riña debe ser violenta o dañina.
No debemos sentirnos mal por hacerlo, ya que es fundamental para su educación, necesitan saber lo que pueden y no pueden hacer. Es importante que aprendan a comportarse de manera adecuada en diversas situaciones y al mismo tiempo que reflexionen y comprendan el porqué deben actuar así.
¿Qué esperamos lograr con la regañina?
Modificar la conducta, basándonos en la comprensión y reflexión del pequeño, no usando el miedo y la imposición.
Hacer que los niños y niñas hagan caso a los adultos
Educar a los pequeños en la expresión de emociones negativas, y en la expresión de sus opiniones.
Fomentar el dialogo con nuestros niños y niñas
Mejorar la conducta de los pequeños.
Favorecer su maduración y desarrollo.
Como debe ser la regañina para que sea efectiva para educar a los pequeños
Debe ser constructiva, desde el cariño y la comprensión. Debemos entender al pequeño y actuar nosotros como adultos. Debemos servirles de guía para sus conductas, eso implica mostrarles sus conductas incorrectas, pero siempre comprendiéndoles.
El objetivo es educar al pequeño, y nunca debe ser hacer que se sienta mal o que sufra algún daño del tipo que sea emocional, psicológico, físico, etc. Por ello debemos mantener la calma y explicar al niño o niña porque esa conducta no es adecuada.
Coherente, no violenta y no excesiva. No podemos reñir una conducta en determinados momentos y en otros no. Siempre tenemos que ser coherentes con lo que les decimos. Nunca excedernos o reñir conductas que no merecen regañinas.
Regañamos sí, pero con racionalidad y con un objetivo claro.
10 TRUCOS PARA REGAÑAR DE FORMA EFECTIVA Y
CUIDAR EL BIENESTAR DEL PEQUEÑO.
Regaña en el momento adecuado. Justo cuando el pequeño realice la acción que queremos corregir, no podemos regañarle tiempo después pues puede que no se asocie a la conducta.
Mantén la calma y no grites. Los gritos son una forma de violencia, debemos cuidar el bienestar del niño o niña y al mismo tiempo servir de ejemplo. Es fundamental estar calmado, usar un tono suave pero firme y no mostrarnos alterados.
Cuida el bienestar emocional del pequeño: reconoce sus sentimientos, “se que lo has hecho porque estas enfadado”, “Se que esto no te gusta” etc. De esta manera el pequeño se siente comprendido y en confianza.
Expresa tus sentimientos, pero no emplees el chantaje emocional. Le puedes decir que te enfadas cuando hace determinada conducta. Le estas expresando como te sientes. Pero no hagas que se sienta mal, que sienta miedo o que se sienta culpable. Para esto evita expresiones como: “me voy a poner muy triste si…..” “no te voy a querer si…..” “no te voy a volver a llevar a ningún sitio si….”
No fomentes miedo en el niño o niña. Haz que reflexione y que comprenda lo que hace y porque no debe hacerlo. Debe entender que es mejor para él o ella. De esta forma modificara su conducta por propia iniciativa. Si por el contrario la evita por miedo a la regañina no conseguimos nuestro objetivo.
Descalifica la acción, no al niño/a. Nunca critiques al pequeño, no le digas eres malo, no aprendes, etc. Por el contrario critica la acción, por ejemplo: “gritar no está bien, porque es molesto para la gente, no debemos gritar”
No compares con otros niños o niñas. Cada niño o niña es único, al compararle le etiquetamos en un modo concreto de actuar, diferente al de otros. Esto hace que el pequeño se auto perciba de esta manera y no evolucione en su conducta.
Razona con el niño para que lo entienda, nunca digas porque si, porque lo digo yo y punto. Haz que reflexione y que comprenda.
No abuses de las regañinas y no las emplees como desahogo emocional. Para ser efectivas han de producirse por una causa específica. No podemos reñir a los pequeños por todo o usarlas cuando estemos de mal humor. Si lo hacemos así perderán fuerza cuando realmente necesitemos emplearlas.
Se constante y coherente. Si regañas al niño por algo, hazlo siempre que ocurra eso. No puedes pasarlo cuando te parezca y otras veces regañarle, porque no entenderá que es lo que esperamos que haga.
Celia Rodríguez Ruiz (Psicóloga y Pedagoga)
miércoles, 22 de enero de 2014
domingo, 19 de enero de 2014
Aparatos del cuerpo humano
APARATO CIRCULATORIO (circulación de la sangre)
APARATO RESPIRATORIO
APARATO EXCRETOR (Orina)
APARATO DIGESTIVO
Padres sobreprotectores
Para que los niños tengan un buen desarrollo emocional, necesitan sentirse queridos y cuidados por sus padres; sin embargo, un exceso de protección puede traer más problemas que ventajas.
Los estudios de la historia de la infancia destacan que hasta bien entrado el siglo XVII una de las principales causas de mortandad infantil era el infanticidio. Sin embargo, desde hace unas pocas décadas el niño ha pasado de tener un escaso valor a ser Su Majestad el Bebé, convirtiéndose -de este modo- en el centro de atención del núcleo familiar y generando, a nivel social, todo un mundo de consumo del que resulta difícil de escapar. Por tanto, hablar de padres sobreprotectores sólo tiene sentido en nuestras modernas sociedades industrializadas.
Es lógico que todos los padres quieran lo mejor para sus hijos: los mejores alimentos, los cuidados médicos más avanzados, la ropa más bonita y los juguetes más estimulantes, pero bajo esta premisa algunos de ellos envuelven a sus niños entre algodones sin darse cuenta de hasta qué punto pueden perjudicar con ello el desarrollo de su personalidad.
Este tipo de padres, viven tan pendientes de sus vástagos que ponen un celo desmesurado en sus cuidados y atenciones, ven peligros donde no los hay y les ahorran todo tipo de problemas, pero a su vez les privan de un correcto aprendizaje ya que no les dejan enfrentarse a las dificultades propias de su edad de donde podrían extraer recursos y estrategias que les servirían para su futuro.
Muchos son los indicadores que pueden servirnos de ayuda a la hora de pensar si no les protegemos en exceso, algunos de los más evidentes son:
Observar si cuando cometen algún error o tienen algún tropiezo tendemos a disculparles y proyectamos su responsabilidad en compañeros y maestros, o bien si hablamos con ellos de sus conductas y sus resultados.
Analizar si tendemos a evitarles situaciones que pensamos pueden resultarles conflictivas o difíciles de resolver o, si por el contrario, procuramos prepararles para ellas.
Ver si nos anticipamos a sus demandas procurándoles a menudo lo que aún no han pedido, como juguetes, golosinas, distracciones, etc.
Pensar si estamos fomentando en ellos conductas más infantiles de las que corresponden a su edad porque quizá nos resulta difícil aceptar que están creciendo.
Una relación padres-hijos basada en la sobreprotección tiene más efectos negativos que positivos ya que a los niños les costará mucho llegar a alcanzar su madurez.
Además, impedir que un niño aprenda por sí mismo y responda espontáneamente a las situaciones que surjan a lo largo de su proceso evolutivo puede provocar:
La disminución en su seguridad personal.
Serias dificultades a la hora de tolerar las frustraciones y los desengaños.
Un mayor apego hacia sus padres que más adelante puede generalizarse en cualquier tipo de conducta dependiente.
Niños insaciables que no saben valorar nada de lo que tienen y que más que desear las cosas las piden de una forma compulsiva y sin sentido.
Un retraimiento o inhibición en su conducta que dificultará sus relaciones sociales: no les gusta ir de campamentos, les cuesta jugar o conversar con otros niños de su edad, no pueden afrontar situaciones nuevas.
Por tanto, si no queremos convertir a nuestros hijos en criaturas inseguras, inhibidas y dependientes, hemos de prestar atención a su desarrollo evolutivo para saber qué podemos exigirles que hagan por sí solos.
En cualquier caso, hay que ser conscientes de que van creciendo y deben ir separándose – como nosotros de ellos – para conseguir una identidad propia.
En muchas ocasiones, conviene aplicar el refrán y dejarles tropezar dos veces en la misma piedra. De los errores siempre es posible aprender.
Los estudios de la historia de la infancia destacan que hasta bien entrado el siglo XVII una de las principales causas de mortandad infantil era el infanticidio. Sin embargo, desde hace unas pocas décadas el niño ha pasado de tener un escaso valor a ser Su Majestad el Bebé, convirtiéndose -de este modo- en el centro de atención del núcleo familiar y generando, a nivel social, todo un mundo de consumo del que resulta difícil de escapar. Por tanto, hablar de padres sobreprotectores sólo tiene sentido en nuestras modernas sociedades industrializadas.
Es lógico que todos los padres quieran lo mejor para sus hijos: los mejores alimentos, los cuidados médicos más avanzados, la ropa más bonita y los juguetes más estimulantes, pero bajo esta premisa algunos de ellos envuelven a sus niños entre algodones sin darse cuenta de hasta qué punto pueden perjudicar con ello el desarrollo de su personalidad.
Este tipo de padres, viven tan pendientes de sus vástagos que ponen un celo desmesurado en sus cuidados y atenciones, ven peligros donde no los hay y les ahorran todo tipo de problemas, pero a su vez les privan de un correcto aprendizaje ya que no les dejan enfrentarse a las dificultades propias de su edad de donde podrían extraer recursos y estrategias que les servirían para su futuro.
Muchos son los indicadores que pueden servirnos de ayuda a la hora de pensar si no les protegemos en exceso, algunos de los más evidentes son:
Observar si cuando cometen algún error o tienen algún tropiezo tendemos a disculparles y proyectamos su responsabilidad en compañeros y maestros, o bien si hablamos con ellos de sus conductas y sus resultados.
Analizar si tendemos a evitarles situaciones que pensamos pueden resultarles conflictivas o difíciles de resolver o, si por el contrario, procuramos prepararles para ellas.
Ver si nos anticipamos a sus demandas procurándoles a menudo lo que aún no han pedido, como juguetes, golosinas, distracciones, etc.
Pensar si estamos fomentando en ellos conductas más infantiles de las que corresponden a su edad porque quizá nos resulta difícil aceptar que están creciendo.
Una relación padres-hijos basada en la sobreprotección tiene más efectos negativos que positivos ya que a los niños les costará mucho llegar a alcanzar su madurez.
Además, impedir que un niño aprenda por sí mismo y responda espontáneamente a las situaciones que surjan a lo largo de su proceso evolutivo puede provocar:
La disminución en su seguridad personal.
Serias dificultades a la hora de tolerar las frustraciones y los desengaños.
Un mayor apego hacia sus padres que más adelante puede generalizarse en cualquier tipo de conducta dependiente.
Niños insaciables que no saben valorar nada de lo que tienen y que más que desear las cosas las piden de una forma compulsiva y sin sentido.
Un retraimiento o inhibición en su conducta que dificultará sus relaciones sociales: no les gusta ir de campamentos, les cuesta jugar o conversar con otros niños de su edad, no pueden afrontar situaciones nuevas.
Por tanto, si no queremos convertir a nuestros hijos en criaturas inseguras, inhibidas y dependientes, hemos de prestar atención a su desarrollo evolutivo para saber qué podemos exigirles que hagan por sí solos.
En cualquier caso, hay que ser conscientes de que van creciendo y deben ir separándose – como nosotros de ellos – para conseguir una identidad propia.
En muchas ocasiones, conviene aplicar el refrán y dejarles tropezar dos veces en la misma piedra. De los errores siempre es posible aprender.
domingo, 12 de enero de 2014
La importancia de las normas
La primera pauta que recomiendo a los padres cuando hablamos de mal comportamiento en el hogar suele ser que el niño tenga unas normas. Parece sencillo, pero ahí suelen comenzar los problemas… y la solución.
Efectivamente el niño debe disponer de unas normas para poder educarlo y para ayudarle a controlar su comportamiento. Estas son algunas de las características que deben cumplir las normas:
Deben ser muy sencillas y concretas, es decir expresar claramente qué tiene que hacer el niño. Normas del tipo: “sé bueno”, “pórtate bien” cumplen estas características.
Las normas deben estar adaptadas a la edad del niño y a su capacidad. Por tanto, ser realistas a la hora de proponerle las normas.
Suelen estar referidas a cómo tratar a las personas significativas (padres, hermanos, amigos), respetar horarios (hora de comer, de jugar, de estudiar, de dormir…), referido a objetos (mobiliario de casa, propias pertenecias…)
Debe haber acuerdo entre la pareja respecto a las normas que se le proponen al niño y su exigencia.
Hay que ser constantes en su aplicación y exigencia: muchos niños al principio, intentan incumplirlas.
Es necesario ser coherentes en su aplicación. Si decimos que el niño recoge sus juguetes… debe ser el niño el que los recoja, no papá o mamá.
Las normas se deben razonar con el niño, explicarles su por qué y beneficios.
Las normas deben proponérselas al niño más como un privilegio que como una imposición. Razonamientos del tipo, “como ya vas siendo mayor, tienes que recoger tu ropa sucia y echarla en el cesto”, son más efectivos que simplemente imponerle la norma.
Jesús Jarque García para el Portal Educativo Educapeques
Efectivamente el niño debe disponer de unas normas para poder educarlo y para ayudarle a controlar su comportamiento. Estas son algunas de las características que deben cumplir las normas:
Deben ser muy sencillas y concretas, es decir expresar claramente qué tiene que hacer el niño. Normas del tipo: “sé bueno”, “pórtate bien” cumplen estas características.
Las normas deben estar adaptadas a la edad del niño y a su capacidad. Por tanto, ser realistas a la hora de proponerle las normas.
Suelen estar referidas a cómo tratar a las personas significativas (padres, hermanos, amigos), respetar horarios (hora de comer, de jugar, de estudiar, de dormir…), referido a objetos (mobiliario de casa, propias pertenecias…)
Debe haber acuerdo entre la pareja respecto a las normas que se le proponen al niño y su exigencia.
Hay que ser constantes en su aplicación y exigencia: muchos niños al principio, intentan incumplirlas.
Es necesario ser coherentes en su aplicación. Si decimos que el niño recoge sus juguetes… debe ser el niño el que los recoja, no papá o mamá.
Las normas se deben razonar con el niño, explicarles su por qué y beneficios.
Las normas deben proponérselas al niño más como un privilegio que como una imposición. Razonamientos del tipo, “como ya vas siendo mayor, tienes que recoger tu ropa sucia y echarla en el cesto”, son más efectivos que simplemente imponerle la norma.
Jesús Jarque García para el Portal Educativo Educapeques
Las 10 cosas que tu hijo necesita hacer mientras sea niño
Cuando tenemos un hijo pequeño nos abruman mensajes contradictorios sobre las cosas que debemos ofrecer a los niños, las experiencias, recursos educativos y logros en su autonomía que parece que hay prisa para que logren antes de los seis años: dormir solo de un tirón, leer o dejar los pañales.
Sin embargo, a veces nos olvidamos de lo importante que es la experiencia real con la naturaleza y los materiales. Vamos a hablar de eso y os voy a proponer 10 cosas que creo que todos los niños necesitan poder hacer en su infancia.
Ensuciarse
Ensuciarse a conciencia: con barro, agua, arena, hojas secas, hierba mojada, polvo de los caminos, lluvia en el pelo, paja del establo. Mancharse lo que necesiten, sin miedo a la suciedad, ni a que se estropee la ropa, ni tan siquiera el resfriado. Mancharse sin preocupación, sintiendo la experiencia de la materia natural.
Revolcarse por un prado, pisar las boñigas de una vaca, acariciar un animal, tener las manos llenas de barro y de musgo de un arbol. Terminar con los zapatos empapados del limo de un riachuelo.
Comer alimentos que recolecte de la Naturaleza con sus propias manos
Seguramente muchos, cuando eráis niños, descubrísteis el placer de comer algo cogido con vuestras propias manos. Yo comí peras y manzanas verdes de un árbol en el que trepe, moras del zarzal en el camino, setas de otoño (con la supervisión de un experto), espárragos e hinojo silvestres, nueces y piñones caídos, frambuesas, flores de acacia, trigo verde, néctar de campanilla, el dulce jugo de una hoja de hierba, higos maduros, huevos de las gallinas recién puestos, leche ordeñada con mis propias manos.
En lo posible ofrecer esta experiencia maravillosa a los niños, en paseos por el campo, vale la pena.
Y si tenemos la oportunidad de cultivarlos nosotros mismos en casa o en el jardín, es otra experiencia maravillosa el plantar, regar y cuidar los vegetales para luego disfrutarlos frescos y llenos de sabor.
Construir un refugio
Nosotros hemos construido muchos refugios. En el bosque, con ramas caídas; en la playa, con los troncos que arrastra el mar; en el desierto, con hojas de palma, piedras y cañas. Inventando un lugar donde escondernos, una aventura de naúfragos u hombres prehistóricos.
Sentir los elementos
Sentir directamente la fuerza y la diversidad de los elementos de la Naturaleza es emocionante, divertido y educativo. No privemos a los niños del viento en la cara, la lluvia en el pelo.
Meter los pies en el río, chapotear en los charcos, tocar con la mano el hielo en invierno, arrancar un carámbano. Revolcarse en la hierba y en la nieve. Lanzarse pellas de barro. Dejar que te rodee una tormenta. Patear las hojas otoñales. Oler las flores de la primavera. Explorar un bosque, una cueva (pequeña), caminar sin rumbo en un paraje natural. Subir una montaña hasta que puedas ver el horizonte y oler el aire de las alturas.
Descubrir animales en libertad
Mirar en una charca los renacuajos, los peces en un riachuelo, observar aves en libertad, perderte en el vuelo de los flamencos. Sentarte en mitad el bosque, en silencio, tumbado sobre la hierba mientras miras los insectos que se mueven. La sorpresa de un conejo que corre. Y, si puede ser, delfines saltando en torno a tu barco o corzos asomando, tímidos, entre los árboles. Escuchar el canto de los pájaros sin hablar. Seguir el curso de un rio hasta ver patos o nutrias.
Hacer sus propios juguetes
Otra de las actividades que olvidamos, cuando pueden ser muy sencillas, es enseñarles a construir sus propios juguetes.
Hacer una cometa y luego, esperar ansioso un día de viento para hacerla volar es algo maravilloso. Hacer una flauta o un palo de agua. Inventar una presa en el riachuelo con palitos y piedras, dejando luego que el agua vuelva a correr libre.
Trepar
Trepar por el simple placer de trepar. Con seguridad, pero sin miedo, y acompañados si es necesario. A un árbol, una tapia, una piedra enorme o una montaña. Sintiendo el peso del propio cuerpo, la gravedad que empuja hacia abajo, descubriendo los lugares donde apoyar los pies y asegurar las manos. Arañándose las rodillas, gritando al llegar a la cima, saltando como locos al rememorar la hazaña.
Encender una hoguera
Encender una hoguera. Por supuesto, con todas las normas de seguridad y la supervisión de un adulto, pero encenderla. Recogiendo ramas secas, con carbones, en un espacio asegurado o en una chimenea. Dando aire con un fuelle o abanicano con lo que tengamos a mano. Viendo como las llamas se alzan, sintiendo el calor en la cara, observando como se consume y, al final, apagando las brasas.
Comer con las manos
Pues si. Comer con las manos es un placer que no deberíamos prohibir, siempre dentro de las normas y adaptándonos al lugar y el alimento. Pero comerte unas chuletas, un pescado asado en el espetón, lo que sea, pero sin necesitar platos ni cubiertos, con los dedos calientes y la grasa por la barbilla. Es divertido, exitante y reconfortante.
Ir descalzo
Por casa les encanta seguramente ir descalzos. Y os lo digo aunque a mi me cueste horrores no ser una pesada de las zapatillas.
Y además, con cuidado, deberíamos dejarles sentir la sensación de los pies desnudos sobre la hierba y las hojas húmedas, la arena caliente, las piedras del camino, la nieve y el agua del un río o el mar aunque estén fríos. Luego, te limpias y te calzas, pero un rato de pies desnudos, con el barro colandose entre los deditos, es un placer y una experiencia sensorial que merecen tener.
Estas diez cosas que los niños necesitan experimentar en su infancia son propuestas a las que deberíamos acercarles, en vez de prohibirlas o evitarlas, pues son una fuente de aprendizaje, libertad y diversión maravillosa.
Publicado originariamente en Bebés y más por Mireia Long
Sin embargo, a veces nos olvidamos de lo importante que es la experiencia real con la naturaleza y los materiales. Vamos a hablar de eso y os voy a proponer 10 cosas que creo que todos los niños necesitan poder hacer en su infancia.
Ensuciarse
Ensuciarse a conciencia: con barro, agua, arena, hojas secas, hierba mojada, polvo de los caminos, lluvia en el pelo, paja del establo. Mancharse lo que necesiten, sin miedo a la suciedad, ni a que se estropee la ropa, ni tan siquiera el resfriado. Mancharse sin preocupación, sintiendo la experiencia de la materia natural.
Revolcarse por un prado, pisar las boñigas de una vaca, acariciar un animal, tener las manos llenas de barro y de musgo de un arbol. Terminar con los zapatos empapados del limo de un riachuelo.
Comer alimentos que recolecte de la Naturaleza con sus propias manos
Seguramente muchos, cuando eráis niños, descubrísteis el placer de comer algo cogido con vuestras propias manos. Yo comí peras y manzanas verdes de un árbol en el que trepe, moras del zarzal en el camino, setas de otoño (con la supervisión de un experto), espárragos e hinojo silvestres, nueces y piñones caídos, frambuesas, flores de acacia, trigo verde, néctar de campanilla, el dulce jugo de una hoja de hierba, higos maduros, huevos de las gallinas recién puestos, leche ordeñada con mis propias manos.
En lo posible ofrecer esta experiencia maravillosa a los niños, en paseos por el campo, vale la pena.
Y si tenemos la oportunidad de cultivarlos nosotros mismos en casa o en el jardín, es otra experiencia maravillosa el plantar, regar y cuidar los vegetales para luego disfrutarlos frescos y llenos de sabor.
Construir un refugio
Nosotros hemos construido muchos refugios. En el bosque, con ramas caídas; en la playa, con los troncos que arrastra el mar; en el desierto, con hojas de palma, piedras y cañas. Inventando un lugar donde escondernos, una aventura de naúfragos u hombres prehistóricos.
Sentir los elementos
Sentir directamente la fuerza y la diversidad de los elementos de la Naturaleza es emocionante, divertido y educativo. No privemos a los niños del viento en la cara, la lluvia en el pelo.
Meter los pies en el río, chapotear en los charcos, tocar con la mano el hielo en invierno, arrancar un carámbano. Revolcarse en la hierba y en la nieve. Lanzarse pellas de barro. Dejar que te rodee una tormenta. Patear las hojas otoñales. Oler las flores de la primavera. Explorar un bosque, una cueva (pequeña), caminar sin rumbo en un paraje natural. Subir una montaña hasta que puedas ver el horizonte y oler el aire de las alturas.
Descubrir animales en libertad
Mirar en una charca los renacuajos, los peces en un riachuelo, observar aves en libertad, perderte en el vuelo de los flamencos. Sentarte en mitad el bosque, en silencio, tumbado sobre la hierba mientras miras los insectos que se mueven. La sorpresa de un conejo que corre. Y, si puede ser, delfines saltando en torno a tu barco o corzos asomando, tímidos, entre los árboles. Escuchar el canto de los pájaros sin hablar. Seguir el curso de un rio hasta ver patos o nutrias.
Hacer sus propios juguetes
Otra de las actividades que olvidamos, cuando pueden ser muy sencillas, es enseñarles a construir sus propios juguetes.
Hacer una cometa y luego, esperar ansioso un día de viento para hacerla volar es algo maravilloso. Hacer una flauta o un palo de agua. Inventar una presa en el riachuelo con palitos y piedras, dejando luego que el agua vuelva a correr libre.
Trepar
Trepar por el simple placer de trepar. Con seguridad, pero sin miedo, y acompañados si es necesario. A un árbol, una tapia, una piedra enorme o una montaña. Sintiendo el peso del propio cuerpo, la gravedad que empuja hacia abajo, descubriendo los lugares donde apoyar los pies y asegurar las manos. Arañándose las rodillas, gritando al llegar a la cima, saltando como locos al rememorar la hazaña.
Encender una hoguera
Encender una hoguera. Por supuesto, con todas las normas de seguridad y la supervisión de un adulto, pero encenderla. Recogiendo ramas secas, con carbones, en un espacio asegurado o en una chimenea. Dando aire con un fuelle o abanicano con lo que tengamos a mano. Viendo como las llamas se alzan, sintiendo el calor en la cara, observando como se consume y, al final, apagando las brasas.
Comer con las manos
Pues si. Comer con las manos es un placer que no deberíamos prohibir, siempre dentro de las normas y adaptándonos al lugar y el alimento. Pero comerte unas chuletas, un pescado asado en el espetón, lo que sea, pero sin necesitar platos ni cubiertos, con los dedos calientes y la grasa por la barbilla. Es divertido, exitante y reconfortante.
Ir descalzo
Por casa les encanta seguramente ir descalzos. Y os lo digo aunque a mi me cueste horrores no ser una pesada de las zapatillas.
Y además, con cuidado, deberíamos dejarles sentir la sensación de los pies desnudos sobre la hierba y las hojas húmedas, la arena caliente, las piedras del camino, la nieve y el agua del un río o el mar aunque estén fríos. Luego, te limpias y te calzas, pero un rato de pies desnudos, con el barro colandose entre los deditos, es un placer y una experiencia sensorial que merecen tener.
Estas diez cosas que los niños necesitan experimentar en su infancia son propuestas a las que deberíamos acercarles, en vez de prohibirlas o evitarlas, pues son una fuente de aprendizaje, libertad y diversión maravillosa.
Publicado originariamente en Bebés y más por Mireia Long
miércoles, 8 de enero de 2014
Los niños aprenden lo que viven
Si los niños son educados entre reproches,
aprenden a condenar.
Si son educados con hostilidad,
aprenden a ser agresivos.
Si viven con miedo,
aprenden a ser aprensivos.
Si son tratados con lástima,
aprenden a autocompadecerse.
Si son puestos en ridículo,
aprenden a ser tímidos.
Si viven en competencia,
no aprenden a compartir.
Si son regañados por sus errores,
aprenden a sentirse culpables.
Si viven carentes de estímulo,
aprenden a no confiar en sí mismos.
Si no conocen el reconocimiento,
no aprenden a valorar a los demás.
Si son educados sin aprobación,
aprenden a buscar relaciones tóxicas.
Si viven entre mentiras,
no aprenden el valor de la verdad.
Si son tratados sin amabilidad,
nunca aprenden a respetar a los otros.
Si los niños crecen en un entorno de seguridad,
aprenden a no temerle al futuro.
Y si viven sus años más tempranos rodeados de amor sincero,
aprenden que el mundo es un maravilloso lugar donde vivir.
Dorothy Law Nolte.
La desobediencia
Son muchas las ocasiones en las que los pequeños retan las normas que les ponemos los adultos y actúan desobedeciendo. Su respuesta en un no por sistema y hacen lo que les da la gana.
Los adultos somos los encargados de enseñar a los más pequeños lo que pueden y no pueden hacer. Nuestra labor es ponerles límites y normas que contribuyan a su bienestar. En este proceso es normal que los niños y niñas experimenten y pongan a prueba nuestra autoridad, es algo lógico ya que están formando su identidad y personalidad. Están probando hasta donde pueden llegar y cuál será la consecuencia de sus actos.
Por eso es importante entender la situación y mantener la calma, aunque estos comportamientos puedan llegar a desesperarnos.
¿CÓMO ACTUAR ANTE LA DESOBEDIENCIA DE LOS NIÑOS/AS?
Procura mantener la calma, no enfadarte y ponerte en su lugar. Están poniendo a prueba las normas. Quieren saber hasta dónde pueden llegar. Si te pierdes los nervios entras en una lucha con ellos, te harán menos caso.
Ten en cuenta la edad y la etapa en la que se encuentra el niño/a.
Establece límites y normas concisas y claras. Deja claro lo que sí pueden y lo que no pueden hacer.
Sirve de ejemplo. Si ponemos unas normas, nosotros también debemos seguirlas. Debemos ser consecuentes con las normas que ponemos. Los niños y niñas aprenden más de los ejemplos que ven, que de lo que les ordena. Si le dices que no tiene que gritar, has de evitar gritar tú, si no quieres que coman con la televisión no debes hacerlo tú, por ejemplo.
Refuerza el buen comportamiento y castiga el mal comportamiento. Las conductas se mantienen o desaparecen según las consecuencias que se obtengan de las mismas. Toda consecuencia ha de seguir a la conducta deseada o indeseada. Como refuerzo dale cariño, verbaliza lo bien que lo ha hecho, prémiale con tu atención. Como castigo utiliza el tiempo para pensar, busca un rincón para pensar, debe saber que cuando desobedezca ira al rincón de pensar, no le amenaces con ello (frases tipo: “te voy a llevar al rincón de pensar”), llévale allí en cuanto sea necesario. Si se va del rincón de pensar (suelen hacerlo), mantén la calma, no te alteres y vuelves a llevarle allí, explicándole que cuando se comporte bien puede salir de allí.
Siempre dile lo que ha hecho bien o mal y lo que tiene que hacer, para que lo relacione con la consecuencia. Con niños/as más mayores razona con ellos, explícales las normas. Deja que se equivoquen y que comprueben las consecuencias de sus actos (cuando no recoja, no lo hagas tú, si no hace sus deberes, no le ayudes a última hora, etc.). Ayúdales a decidir y a tener confianza.
Escoge tus batallas y distrae su atención. En muchas ocasiones, el niño está reafirmando su identidad. Es decir su desobediencia viene de ahí. Si distraes su atención con otra cosa, conseguirás que se olvide que quiere esto o aquello.
No olvides que cuando les riñes, te desesperas y estas encima de ellos, captan tu atención y estas reforzando la conducta que quieres que desaparezca. Sienten que te ocupas de ellos que no pasan desapercibidos.
Por último es importante tener en cuenta que en ocasiones la desobediencia es debida a otros factores, como un déficit de atención, hiperactividad, etc. Presta atención a estas características:
Parece que no escucha cuando se le habla, y hay que repetirle las cosas.
Suele olvidarse de las cosas y no presta atención en lo que tiene que hacer.
Le cuesta entretenerse con algo.
No se está quieto ni un minuto
Desafía constantemente y no sigue ninguna norma.
En estos casos, acude a un especialista.
Los adultos somos los encargados de enseñar a los más pequeños lo que pueden y no pueden hacer. Nuestra labor es ponerles límites y normas que contribuyan a su bienestar. En este proceso es normal que los niños y niñas experimenten y pongan a prueba nuestra autoridad, es algo lógico ya que están formando su identidad y personalidad. Están probando hasta donde pueden llegar y cuál será la consecuencia de sus actos.
Por eso es importante entender la situación y mantener la calma, aunque estos comportamientos puedan llegar a desesperarnos.
¿CÓMO ACTUAR ANTE LA DESOBEDIENCIA DE LOS NIÑOS/AS?
Procura mantener la calma, no enfadarte y ponerte en su lugar. Están poniendo a prueba las normas. Quieren saber hasta dónde pueden llegar. Si te pierdes los nervios entras en una lucha con ellos, te harán menos caso.
Ten en cuenta la edad y la etapa en la que se encuentra el niño/a.
Establece límites y normas concisas y claras. Deja claro lo que sí pueden y lo que no pueden hacer.
Sirve de ejemplo. Si ponemos unas normas, nosotros también debemos seguirlas. Debemos ser consecuentes con las normas que ponemos. Los niños y niñas aprenden más de los ejemplos que ven, que de lo que les ordena. Si le dices que no tiene que gritar, has de evitar gritar tú, si no quieres que coman con la televisión no debes hacerlo tú, por ejemplo.
Refuerza el buen comportamiento y castiga el mal comportamiento. Las conductas se mantienen o desaparecen según las consecuencias que se obtengan de las mismas. Toda consecuencia ha de seguir a la conducta deseada o indeseada. Como refuerzo dale cariño, verbaliza lo bien que lo ha hecho, prémiale con tu atención. Como castigo utiliza el tiempo para pensar, busca un rincón para pensar, debe saber que cuando desobedezca ira al rincón de pensar, no le amenaces con ello (frases tipo: “te voy a llevar al rincón de pensar”), llévale allí en cuanto sea necesario. Si se va del rincón de pensar (suelen hacerlo), mantén la calma, no te alteres y vuelves a llevarle allí, explicándole que cuando se comporte bien puede salir de allí.
Siempre dile lo que ha hecho bien o mal y lo que tiene que hacer, para que lo relacione con la consecuencia. Con niños/as más mayores razona con ellos, explícales las normas. Deja que se equivoquen y que comprueben las consecuencias de sus actos (cuando no recoja, no lo hagas tú, si no hace sus deberes, no le ayudes a última hora, etc.). Ayúdales a decidir y a tener confianza.
Escoge tus batallas y distrae su atención. En muchas ocasiones, el niño está reafirmando su identidad. Es decir su desobediencia viene de ahí. Si distraes su atención con otra cosa, conseguirás que se olvide que quiere esto o aquello.
No olvides que cuando les riñes, te desesperas y estas encima de ellos, captan tu atención y estas reforzando la conducta que quieres que desaparezca. Sienten que te ocupas de ellos que no pasan desapercibidos.
Por último es importante tener en cuenta que en ocasiones la desobediencia es debida a otros factores, como un déficit de atención, hiperactividad, etc. Presta atención a estas características:
Parece que no escucha cuando se le habla, y hay que repetirle las cosas.
Suele olvidarse de las cosas y no presta atención en lo que tiene que hacer.
Le cuesta entretenerse con algo.
No se está quieto ni un minuto
Desafía constantemente y no sigue ninguna norma.
En estos casos, acude a un especialista.
martes, 7 de enero de 2014
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